Vida de mercado

Hola chic@s, ¡por fin llegó el frío! ¡Y vaya que si llegó! En Madrid las temperaturas son gélidas y ya va costando más salir de casa. Pero bueno, hay zonas a las que siempre gusta volver por lo ajetreado de sus calles y la vida que desprenden.

Y si hay un lugar donde ver la vida pasar en estado puro, ese lugar es un mercado. Con la gentrificación que lleva ya produciéndose algunos años en muchos barrios céntricos de Madrid, los mercados son lugares apasionantes donde convive lo tradicional con lo moderno, lo autóctono con lo foráneo y los millenials con la gente del barrio de toda la vida.

Y yo como buena millenials algo trasnochada decidí hace un par de semanas acercarme hasta el   Mercado de Vallehermoso y visitar  el puesto del restaurante Guey.
Lo primero que me atrajo fue el colorido de su puesto, tan vitalista y vibrante.
Decidí tomar asiento en uno de sus mesas, también llenas de color y abandonarme a un tumulto de sensaciones.
La vida no paraba de fluir a mi alrededor, tan pronto se sentaban en una mesa una pareja de working girls como un matrimonio septagenario, todos dispuestos a disfrutar de todo lo que Guey  ofrece.


La comida fue súper agradable, variada, colorida, sabrosa, bonita y llena de matices. Degusté varios platos mientras observaba y me deleitaba con el buen rollo que Edson y sus chicos tenían con los que regentaban los puestos conlindantes y con los asiduos al mercado. Asiduos que un día optaban por la comida mexicana, otro por la japonesa y al siguiente por una tabla de quesos. Verdadera comunidad alrededor de algo tan interesante y apasionante como la comida y el día a día de los moradores y visitantes del mercado.

Me atreví con las carnitas, los tacos al pastor y guacamole con insectos.Sí, sí, tomé insectos y no me desagradaron en absoluto. Una vez superada la barrera psicológica, son unos snacks crujientes y sabrosos.


Ig: @gueymadrid



Este plato de pollo tierno y sabroso acompañado dd distintas salsas me cautivó, entraba por los ojos y alegraba el paladar.


Durante el café pude comprobar satisfecha que, cuando la pollería que queda al lado se disponía a cerrar, desde uno de los puestos contiguos les acercaban a los dependientes dos copas de vino y algo de picoteo. 

Me gustó tanto la experiencia que no voy a tardar en repetirla.

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